Cuando pedaleo sobre la bicicleta estática suelo entretenerme mirando
y escuchando la televisión. Es una forma de evadirme del saludable pero aburrido
y repetitivo ejercicio. También me ayuda a suplir el inexistente paseo, prestándole
atención a diferentes historias, noticias o tertulias. Así combato la pérdida
de tiempo que me supone ocupar mi cerebro en atender a mis pedaladas o a los kilómetros
y calorías que se van acumulando en el pequeño monitor de la bicicleta.
Hoy he visto una simpática tertulia sobre asuntos misteriosos y, entre
otros, se ha tratado el tema de la reencarnación. Como introducción se han
mostrado unas entrevistas a pie de calle para captar algunas opiniones. Me
llama la atención el hecho de encontrarme con muchas personas que creen en este
fenómeno o que, como mínimo, no dudan de su posibilidad. El conductor del
programa se muestra escéptico y ha bromeado un par de veces, sobre todo cuando
se ha mencionado que la reencarnación también puede incumbir a animales, a mascotas,
al mundo vegetal, al mundo mineral y no sólo a los humanos, dándose combinaciones
e intercambios entre unos mundos y otros. Es decir, que no sólo es que alguien
haya podido ser en el pasado Cleopatra o Alejandro Magno —como parece que ha
mencionado un famoso ricachón—, sino que está abierta la posibilidad de haber
sido —y también, la de poder ser en el futuro— un lagarto, una mosca, una
piedra en el camino o una mata de perejil, entiendo. Hay argumentaciones para
explicar el sentido de todo esto, entre ellas la de purgar o ser recompensado en
una vida distinta por el hecho de haber tenido un pasado lamentable o una trayectoria ejemplar. Una cosa que no termino de entender es la de no guardar memoria de dicho
pasado, como es el caso común de todo vulgar reencarnado —que ese debe ser mi
insignificante caso—. ¿Qué sentido tiene purgar algo de lo que no guardas culpable
memoria o disfrutar de un premio que no reconoces como justo o merecido? Eso me
lleva a pensar que, en ese caso, quizá alguno de los lamentables niñatos
históricos —de esos que todos tenemos en la cabeza— hoy puedan ser ortigas o haberse materializado en colesterol del malo —para así seguir haciendo daño a quienes
tengan la mala fortuna de tropezarse con ellos—. Tampoco termino de entender el
sentido de que alguna santa o buena persona del pasado tenga que repetir su
santidad, tanto si resulta encarnado en nueva persona –otra vez haciendo el bien de forma
desinteresada y sacrificada— como si se materializa en algún otro ser u objeto interesante. ¿Un
amigable perro pastor alemán? ¿Un alcornoque centenario? ¿Un buen whisky
irlandés? ¿Un tarro de finas hierbas provenzales?
Se dan ejemplos, confusos y poco fundados, de personas que dicen
recordar o intuir vidas pasadas, bien por manifestaciones en sus sueños o por la
vía de la regresión. No me refiero a la regresión como mecanismo de defensa psicológico,
sino a esa suerte de viaje, de memoria recuperada sobre vidas pretéritas inducida
bajo hipnosis —es decir, la conseguida por esa especie de estado de estar en Babia que significan la mayoría
de estas experiencias—.
Tengo una vida. La que llevo. No creo tener ninguna vida anterior a mi
existencia actual. Ya dudo lo suficiente hasta de mi propia biografía
—modelada, reinventada y actualizada convenientemente para no hacerme excesivo
daño con mis momentos y recuerdos más flacos— como para, encima, inventarme o
cargar con una existencia en tiempos de Marco Antonio, bien como persona, como
animal de compañía, como florero, como león o leona del desierto, o ya puestos,
como material de letrina romana. Imagínense un recuerdo de esta índole: Recuerdo alguna que otra cagada. ¡Vaya
mierda de regresión!
Sólo sé que vivo aquí y ahora. Una vida. Una vida que viviré hasta mi
ocaso, antes de mi muerte. Una muerte que no viviré. Mi muerte la vivirán
otros, como yo he vivido las de algunos seres queridos. Creo que el que muere
no se entera. Por eso me digo, e invito a todos a que se digan —cada uno a sí
mismo— lo siguiente: Nunca moriré. Punto y aparte.
Después, ya se verá. Pero, por favor, nada de reencarnaciones materiales,
que ya estoy harto de pedalear y de tener que soportar químicas y biologías. ¿Esencias
eternas? Si las voy a disfrutar con mis deseadas compañías, de acuerdo. Eso se lo compro a cualquiera. Saludos.